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Batalla perdida

Sí, perdí la cruzada. Me ha derrotado. Sabía que esto iba a pasar, pero no tan pronto. Ha sucedido mucho antes de lo que esperaba.

Aún estoy capacitada para seguir en la lucha. Puedo continuar. Tengo fuerzas y cabezonería suficiente para muchos años más. Mi ánimo sigue intacto. Me siento con ganas y con energía. Yo seguiría empeñada en mi objetivo. De verdad, que en este sentido, no siento agotamiento.

Me veía fuerte. Sentía que lo tenía todo controlado; el cole, los amigos de fuera, las actividades extraescolares. Todo. Pero me equivoqué. Y llegó el día que tanto temía. Mi pequeña Victoria me dijo «mami, me gusta que me llamen Vicky». Ay, ¡qué dolor en mi corazón! Me quedé parada. Petrificada. Sorprendida. Incrédula. No me lo esperaba. No tan pronto. En mi mente, en mi mundo ideal, esto pasaría a los 15 ó 16 años. ¡Pero tiene 7! «Mami, no quiero que corrijas a nadie más. A mi me gusta». Guau. Vaya tortazo a mano abierta.

¿Y ahora qué? No sabía cómo reaccionar. En segundos, tuve una batalla mental de pensamientos. Yo soy la madre y aquí mando yo. A ella le gusta. Me costó mucho elegir el nombre. Es su nombre y le gusta más así. Pierdo autoridad. Me gusta que sepa tomar decisiones. Es muy pequeña. Debería respetarla.

Todo este rato, ella mirándome con los ojos muy abiertos para ver cómo reaccionaba. «Vale, cariño, si es lo que tú quieres, no lo haré más». Me dio un abrazo larguísimo y siguió contándome una travesura que habían hecho en el colegio. Ella como si nada. Yo seguía con mi debate interno.

Y al día siguiente seguí dándole vueltas a la cabeza. ¿Me callo y a ver qué pasa? ¿Me sigo poniendo cabezota y sigo en mi empeño?

Cuando era pequeña, Victoria se enfadaba. No entendía que Vicky viene de Victoria. Básicamente pensaba que era otro nombre totalmente distinto. Como si a mí me llaman Carmen o Marta. «Pero, ¿por qué no se aprende mi nombre?», me decía cuando era chiquitina.

Cuando Victoria tenía dos años iba a clase de inglés. El último día del curso hicieron una «exhibición» delante de las familias para ver lo aprendido. Iban saliendo los niños de uno en uno. Pedro. Y Pedro recitaba su frase. Sonia. Y Sonia decía la suya. Y de repente, Vicky. Cuando vi que aparecía mi niña linda me comieron los demonios. Me quedé en shock. No pude ni desbloquear el móvil para grabar. Me pillé tal cabreo interno que ni me acuerdo de la frase que dijo. Así que, desde entonces, cuando la apunto a algún cursillo o taller en el que yo no voy a estar, en observaciones pongo «su nombre es VICTORIA. Gracias».

Vamos, que me he pasado 7 años corrigiendo a muchísimas personas, sobre todo adultos. «Ay, perdona, en casa la llamamos Victoria y ella prefiere así», «si no te importa, su nombre es Victoria». Una vez me dijeron «es que Vicky es más cariñoso». Mire, señora, más cariño que yo no le tiene nadie a mi hija y yo la llamo Victoria, así que por favor…».

Sinceramente, creo que hasta aquí llegó mi pelea, mi lucha. Sí, soy una mamá vencida y estoy asumiendo la derrota.

Ahora no se vengan todos arriba y empiecen a llamar Vicky a mi hija, ¿eh? Aún necesito un poco de apoyo adulto y un tiempo de transición. Sobre todo, necesito tiempo para asumirlo.

Llegó el momento, caen las murallas, va a comenzar la única justa de las batallas. No duele el golpe, no existe el miedo, quítate el polvo, ponte de pie y vuelves al ruedo.

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