… iba sola al baño. Nadie me miraba mientras hacía pis o caca.
Mi almuerzo estaba siempre caliente. Mi ropa estaba limpia y planchada todo el día.
Cuidaba y mimaba mi pelo con todo tipo de productos. Lucía uñas cuidadas y con una manicura impecable.
No tenía que saltar juguetes olvidados por todos lados. La casa estaba limpia y en orden.
Me dormía tan tarde como quería y jamás me preocupaba por un posible desvele; solía dormir toda la noche.
Podía tener largas y tranquilas conversaciones telefónicas.
No pensaba en el peligro de una escalera o de las esquinas de los muebles.
Los fines de semana eran totalmente relajados y cargados de planes improvisados. Disfrutaba de las resacas.
No tenía que limpiar comida del suelo, ni lavar huellas de pequeños deditos marcados en los cristales.
Hacía deporte con mucha frecuencia.
Cambiaba de bolso todos los días y los combinaba con mi ropa.
Me tumbaba en el sofá y no hacía nada.
No me entristecían los gritos de los niños en la consulta médica.
Devoraba libros, veía las pelis del tirón y no dejaba capítulos de series a medias.
No me gastaba tanto dinero en productos quitamanchas.
Nunca sentí que mi corazón se rompiera en un millón de pedazos al no poder calmar un llanto.
No desconfiaba al «escuchar» silencio.
Pero lo más importante, es que antes de ser madre, nunca supe que algo tan pequeño podía afectar tanto a mi mundo. No conocía la felicidad total con sólo una mirada. No imaginaba lo grande y lo maravilloso que sería.
¿Qué te hubiese gustado que te dijeran antes de ser madre?
Que los días podrían ser muy largos, pero los años cortos.
Que es normal querer estar con ella y al rato querer estar sola.
Que no tengo que llegar a todo para hacer a mi hija feliz.
Que el amor por mi hija me brotaría al instante, o que tal vez me enamoraría poco a poco y que eso es normal.
Que todo pasa y que ésta es sólo una etapa más.
Pero sobre todo, me hubiese gustado que me dijeran: disfruta de cada momento porque cada instante juntas es único e irrepetible y muy especial.
Mi pequeña Victoria 